La intuición y persistencia de nuestro compañero Jesús, natural de Graus y buen conocedor de la zona, le llevó a descubrir en 1981, tras una búsqueda insistente, la boca del 'Bujerín'. La entrada de la cavidad se abre unos cuantos metros por encima del ibón inferior de Alba, en su margen hidrográfica derecha. Es un paso estrecho bajo una gran piedra que da directamente a un pozo. Seguro que la cavidad tuvo, en otro tiempo, otra entrada, posiblemente horizontal, por la que accederían los osos cuyos huesos se encuentran más abajo. Estos huesos están afectados por el mondmilch que ocupa los pozos superiores, y se deshacen solo con mirarlos.
Los ibones de Alba son tres, y recogen el agua de toda la cuenca occidental del Pico de Alba, que va desde los picos de Paderna hasta la famosa Cresta de Alba. Después del ibón inferior, el agua se cuela por un sumidero impenetrable a los pocos metros del lago.
En la base del pozo del Bujerín nos encontramos con la primera dificultad; una piscina de mondmilch sin otra posibilidad de continuación. Después de reconocer el sitio, observamos un agujero por encima de la piscina, demasiado estrecho para pasar, y situado un par de metros por encima del agua, en una pared lisa y recubierta del pringoso mondmilch.
El acceso al Bujerín solo lo podíamos realizar en verano, de junio a octubre. El resto del año permanecía cubierto de nieve, y era imposible encontrarlo. En esa época no existía el GPS. Así, durante el invierno, aprovechábamos para entrar por la cueva de Alba.
Mientras empezamos la exploración del Bujerín, iniciamos también el reconocimiento y topografía de la cueva de Alba, que había sido descubierta y empezada a explorar por el SECES -Sección de Espeleología del Centro Excursionista de Sabadell- en 1968, previa comunicación al grupo. La boca de la cueva se abre en una canal, por encima de la surgencia del agua que viene del ibón, y por encima también de otra pequeña boca denominada Alba Petita. Esta segunda boca, por la que llega a salir el agua en deshielo o con lluvias fuertes, da acceso a una complicada red de galerías y pozos muy estrechos que posteriormente veremos que conecta con las galerías inferiores del sistema.
Por la canal cae un alud de nieve que tapa la boca, pero la fuerte corriente de aire se acaba abriendo paso creando un túnel en la nieve. Por ahí nos introducíamos nosotros.
La cueva de Alba es una cavidad compleja, complicada y muy fría. Compleja porque hay bastantes derivaciones y bloques. Complicada por la progresión por ella no es nada sencilla. Y fría, muy fría. Todas las cavidades de Pirineos son frías, pero parece que ésta lo es más, quizá sea por estar excavada en mármol que nos da esa sensación mayor de frío.
Avanzando por la galería llegamos en la sala Leonor. La sala Leonor es el sitio más inhóspito de la cavidad, parece el interior de una turbina gélida, y, de alguna forma, es el punto central donde convergen las principales galerías; la que viene de la sala Roja, la que viene de la sala Llopis, el río, la galería que lleva hasta la boca de la cueva y también otra galería que viene directa de la galería de las Picas. Este cruce de itinerarios hace que en la sala haya una considerable corriente de aire. El río se precipita desde el techo de la sala en una cascada de unos 70 m de altura rebotando por las paredes.Esta cascada más las corrientes de aire conllevan que, según como vaya de nivel el río, se crean cortinas de agua que van barriendo sistemáticamente casi toda la sala.
En la base de Leonor, una estrecha gatera que se puede inundar con el deshielo, nos lleva al tortuoso recorrido de la sala Roja, punto final alcanzado por el ECS. Entre la Leonor y la Roja el itinerario en ascenso discurre entre bloques mayoritariamente, la progresión es compleja y nada fácil. Antes de la sala Roja pasaremos por la del ECS.
En la sala Roja, a la luz de los frontales halógenos, nada que ver con los modernos leds, intuimos una galería colgada, pero llegar a ella se presentaba complicado. Nuestro compañero Albert se decidió a realizar la escalada, una escalada de dificultad por una pared húmeda y sin presas aparentes. Con las botas de agua empezó a trepar, colocó un tascón de seguro bastante arriba y al final pudo llegar a la galería. Cualquier error hubiera supuesto un muy grave problema en este sitio, lejos de la entrada y con un recorrido bastante complicado. Seguimos remontando la galería, más trepadas, más caos de bloques con pasos poco evidentes entre ellos, y llegamos a otra sala de grandes dimensiones, la sala del Eco, alguna trepadas más y llegamos por fin al río en una zona más amplia; la denominamos la Despensa porque podemos parar a reponer fuerzas. En ese momento habíamos conseguido alcanzar el río cuando aún la exploración del Bujerín era muy incipiente. Estábamos en invierno y la parte alta estaba llena de nieve. La progresión desde la sala Roja hasta la Despensa no fue nada fácil, nos costó varias salidas, el itinerario es difícil y perdedor.
Río arriba el agua aparecía entre un caos de bloques, otro más. Río abajo, se encañonaba en una garganta de mármol. Nos metemos en el cañón con la idea de poder llegar a Leonor por un recorrido más directo y sencillo, aunque algo más refrescante. Llegamos al primer resalte, clavamos spits. El mármol es duro y para poner un taco destrozamos uno o dos más. Una piscina. Nos vemos obligados a mojarnos sin neopreno en un agua gélida. Otro resalte, más spits, y otro más, y otro más... son cascadas de 25, 20, 5 y 15 m, creo recordar... al final, la galería se cierra en un sifón. Después de horas en remojo en agua helada y de muchas horas de cueva el regreso a la salida no fue un paseo precisamente. Salimos de madrugada, en pleno invierno, agotados y medio congelados, y fuimos directos a la surgencia de agua termal del balneario para recuperar algo de calor antes de meternos en los sacos.
Habíamos llegado al río de la cavidad pero no veíamos la continuación. Mientras tanto, reconocíamos otras partes del recorrido buscando posibles derivaciones. De la galería principal aparecían algunas ramificaciones que empezaban a conformar un sistema con unas ciertas dimensiones. En el pequeño laberinto de la entrada encontramos conexiones que, por algunos pasos extremadamente estrechos, nos llevaban al nivel inferior, al nivel de Alba Petita. Esta boca funcionaba como trop plein en épocas de deshielo o lluvias importantes, y por ahí se accedía a una zona compleja de galerías angostas y algunos pequeños pozos, pero sin alcanzar el agua.
En una ocasión, una de las veces que entramos, en la base de la sala Leonor, a la que accedíamos trepando entre un caos de bloques, y donde los de Sabadell habían puesto una cuerda con nudos, un bloque enorme se movió sobre nuestras cabezas dándonos un susto de muerte. Casi aprisiona el brazo de un compañero. Habíamos subido y bajado por allí bastantes veces, pero en ese momento la piedra se movió; quizás el compañero hizo fuerza en un punto determinado que lo hizo pivotar, a saber... Después de este suceso buscamos inmediatamente otro acceso más seguro a la sala, instalamos una cuerda por una vertical que quedaba más alejada del caos de bloques.
Volvemos a la parte de arriba, al Bujerín. Teníamos que vaciar el charco de mondmilch antes comentado, y la única posibilidad era echar la pasta blanquecina por el agujero que había por encima, no había otro sitio. Intentar subirla por el pozo para sacarla fuera era una labor muy compleja y casi imposible, así que empezamos a pensar en cómo poder hacerlo. Se apuntó usar una bomba, pero alimentada con motor de gasolina era inviable, nos asfixiaríamos adentro. Además, había que subirla hasta allí, 500 m de desnivel por un sendero entonces complicado, no estaba arreglado como ahora. Después de darle vueltas al asunto, optamos por probar la solución más sencilla, una goma para aspirar el contenido y dirigirlo al agujero. Algo se logró, se vació una cierta cantidad después de muchos esfuerzos, pero la mezcla de agua y mondmilch formaba una pasta densa y viscosa que no circulaba fácilmente por la goma. Al final, sumergiéndonos en el charco, pudimos quitar el 'tapón' del desagüe, y todo el puré desapareció por el agujero. Este agujero, al principio estrecho, con el paso de los espeleólogos se fue ensanchando hasta hacerse mucho más cómodo.
La cavidad seguía por un corto meandro, un resalte de unos metros y una nueva piscina llena de mondmilch, posiblemente el que habíamos vaciado arriba. Al final de esta piscina, una piedra inclinada en subida nos depositaba en la cabecera de un pozo que se presentaba más grande que los anteriores, con el murmullo del río en el fondo. Para acceder a él teníamos un punto algo complejo, pues el techo bajaba hasta pocos centímetros por encima del mondmilch, el espacio justo para pasar el nariz y poco más; teníamos que pasar medio sumergidos y flotando en la pasta pringosa, y después teníamos que subir por la piedra inclinada chapoteando en el puré de calcita. Con el tiempo y el paso de la gente, la piscina se ha vaciado, y ahora se puede pasar simplemente agachándote un poco, de tal forma que casi no te manchas, cuando antes se te pringaba de mondmilch hasta la ropa interior. Pero bueno, no todo siempre es malo, este barrillo fino y delicado va bien para suavizar el cutis.
Una vez clavamos algunos spits en la cabecera, en una pared que nos daba más bien poca confianza, iniciamos el descenso de la vertical. Poco más abajo una gran repisa. ïbamos en punta en esta ocasión Jesús y yo. Jesús, colgado en el pozo, me pide una piedra para sondear. Yo le paso la única que veo cerca. Al caer, hace un ruido blando y apagado que nos extraña. Seguimos hacia abajo y llegamos por fin al río. Miramos a nuestro alrededor y vemos que lo que creíamos que era una piedra era en realidad un cráneo de oso que al caer se había deshecho totalmente. El cráneo estaba totalmente recubierto de mondmilch, nuestra pequeña pesadilla blanca, y por eso no lo habíamos podido identificar. El mismo agente que afecta a la piedra calcárea convirtiéndola en la citada pasta blanca podría haber afectado igualmente a los huesos debilitándolos en exceso, se deshacen con solo mirarlos.
Empezamos a descender el río, una primera cascada, la segunda, otra, otra más... vamos bajando hasta que la galería se hace más pequeña y llegamos a un sifón.... la posibilidad de la integral se complica. mirando alrededor, vemos una galería fósil, trepamos y nos metemos en ella, pero en vez de bajar, sube... remonta hasta una de las cascadas por la que habíamos pasado... pero hay un enorme agujero a la derecha, mirando desde abajo. El agujero nos lleva a una gran sala, la sala Maladeta. Recorremos la sala una y otra vez en busca de un hipotético paso. Al principio la bautizamos como sala Maldita porque nos costó varios intentos encontrar una continuación que se nos resistía, pero a la hora de publicar la reseña y la topografía alguien de nuestra Agrupació Excursionista Muntanya nos sugirió que cambiáramos el nombre por un tema de estilo.
La base de la sala está ocupada por un caos de bloques de grandes dimensiones, buscamos entre ellos, instalamos alguna cuerda para descender hasta que llegamos a un laminador, un paso estrecho horizontal. La continuación de la galería de las Picas, un paso evidente y con corriente de aire al otro lado de la sala nos pasó inadvertido, y no fue descubierto hasta unos años después.
Al otro lado del citado laminador se escucha el murmullo del agua, ¡volvemos a estar cerca del río!. Nos metemos en él y nos quitamos una agradable sorpresa, nos lleva a un lugar que nos resulta familiar, el cruce de la galería de la sala Roja con el río, que era el punto que habíamos alcanzado entrando por la boca de la cueva, donde nos quedamos atascados en un caos de bloques. Habíamos conseguido la conexión de la boca superior con la inferior.
Después de conseguir el recorrido integral, lo repetimos bastantes veces. Para acabar la topografía, para reconocer derivaciones, para acabar de adecuar las instalaciones, para hacer fotos, incluso para filmar en super 8. Había entrado tantas veces que llegué a tener totalmente memorizado el complejo itinerario por un recorrido tan caótico, y recuerdo en una ocasión haberlo realizado en cuatro horas y media. .
En verano, aparte de la exploración del Bujerín, teníamos que mirar también el Forao Tancao, un pozo superior que tenía un potente tapón de hielo. Había que explorar todas las posibilidades, puede haber conexiones por encima del Bujerín. Bajamos por el pozo unos metros entre roca y hielo hasta que éste nos acababa de cerrar el paso.
La actividad que realizamos fue siempre un trabajo de equipo, el relato lo he hecho desde el punto de vista del grupo, no desde un punto de vista personal. Es la memoria del grupo recordada en la actualidad por mi, no es estrictamente lo que pasó; la posibilidad de error no es pequeña. Lo que aquí reseño es, en líneas generales, un resumen. Lo he hecho en un momento de inspiración, habitualmente no escribo mucho en el blog, más bien, no escribo casi nada. Me ha servido para ordenar recuerdos, aunque seguro que me he dejado cosas. No he establecido una línea cronológica porque seguro que hubiera cometido errores, simplemente he hecho una descripción. Puede haber imprecisiones y fallos, ha transcurrido mucho tiempo, 40 años desde que empezamos la exploración.
Toda la campaña nos ocupó un par de años, con múltiples salidas a las que acudíamos por grupos, a veces más grandes, a veces más pequeños. Es obvio que no todos podíamos estar presentes en todas las salidas, pero sí que nos comunicábamos con rapidez los avances y también las dificultades. Solíamos hacer equipos de 3 o 4 personas y nos distribuíamos el trabajo, para ser más eficientes y para no tener que estar mucho rato parados dentro, por el frío.
Cada cual se implicó lo que pudo y como pudo en la medida de sus posibilidades. Éramos un grupo de jóvenes con mucha motivación pero recursos más bien justos, nos compenetrábamos muy bien pues llevábamos ya un tiempo de práctica conjunta, y no era la primera exploración con una cierta entidad que acometíamos. Sólo hacer una mención especial a Jesús, el alma del proyecto, y a Albert, el autor de la escalada de la sala Roja.
El sistema se siguió explorando por el Espeleo Club de Sabadell y el GERS, se han ido descubriendo más cosas; la galería de las Picas que lleva hasta la sala Llopis, primera intuición del ECS; el pozo que cortocircuita la galería de las Picas y va directo a la sala Leonor; se escaló el ático de Leonor para alcanzar el sifón, se buceó el sifón hasta el otro lado, el punto que habíamos alcanzado bajando por el río; se han explorado cavidades situadas alrededor de la Tuca Blanca que no legan a conectar aún, y se descubrió también una galería superior mucho más rápida para alcanzar la salida.